Obra 30
El día de su boda, le preguntaron a estos recién casados cuál era su pertenencia más valiosa. Ambos contestaron que una cajita de cartón.
Hay recuerdos que no ocupan mucho espacio, pero se quedan para siempre.
En esta boda, los novios —viajeros frecuentes y poco amigos de los objetos grandes— encontraron una forma sencilla de capturar algo mucho más valioso: las palabras y los sentimientos.
“La cajita de los buenos deseos” no era un cofre antiguo ni una urna elegante. Era una simple caja de cartón, puesta con intención y cariño. Dentro, los invitados podían dejar mensajes, consejos, recuerdos, ideas para el futuro. Una cápsula de emociones.
Desde el diseño de experiencia, esta pequeña caja resolvía varias cosas a la vez: permitía a los novios conservar momentos que, entre tanta emoción, podrían desvanecerse. Daba a los invitados una forma de acercarse, incluso si apenas podían cruzar unas palabras con los protagonistas del día. Y creaba una excusa perfecta para conversar entre desconocidos: “¿ya escribiste tu deseo?”, “¿qué vas a poner tú?”
Más que un gesto simbólico, era una dinámica que transformaba a los invitados en co-creadores. Una manera de convertir un día en comunidad.
Desde la economía conductual, era también un nudge suave: una oportunidad clara, accesible y visible de participar. De dejar algo. De formar parte.
Y lo mejor: no era algo que terminara con la fiesta.
Esa caja —de cartón, sí, pero llena de significado— quedó como un artefacto vivo, que puede abrirse y releerse cuando haga falta recordar que todo empezó con muchos corazones escribiendo al mismo tiempo.
Porque diseñar no siempre es construir algo nuevo. A veces, es darle forma a un momento que vale la pena guardar.
Crédito: Boda de Clara y Orlando, Bogotá, Colombia
Leave a Reply